Del bien al
recurso cultural
Los
bienes culturales no son intercambiables y se constituyen como recursos no renovables, como algunos
recursos naturales.
El
recurso es un elemento disponible para resolver una necesidad. El bien cultural se convierte en recurso
cultural cuando pasa a estar disponible para el consumo público.
Pensar
los bienes patrimoniales como recurso,
implica definir su grado de disponibilidad. La forma de acrecentamiento del acervo cultural es promover el flujo de
los bienes culturales a disponibilidad luego de haber sido rescatados,
restaurados o puestos en valor a través de una actividad productiva. Las acciones estructurales de rehabilitación,
reasignación de usos, como las acciones no estructurales de difusión,
comunicación y promoción de los valores mencionados, son las que colaborarán en
el proceso de transformación del bien a recurso.
Transformado
en recurso, el patrimonio adquiere
carácter de activo económico.
Justamente la expresión “Puesta en Valor” se trata de eso, reasignar un
valor al patrimonio, convertirlo en
recurso. De esta manera, es susceptible de ser explotado económicamente
y se abren las posibilidades de generación de ingresos, creadas a partir de las
oportunidades brindadas por la intervención.
La
generación de ingresos es también obtener beneficios económicos como la
reducción de gastos en alquiler, mantenimiento, transporte, que puede generarse
a partir de una intervención inteligente y responsable de estos recursos. Los límites se dibujan en la preservación de
la autenticidad del bien y la conservación de sus valores intrínsecos
materiales. Otra explotación es la que
se da a través de la diferencia competitiva que genera al asociar el contenido
simbólico del patrimonio (en general de prestigio, permanencia, confiabilidad,
etc.) con la empresa que lo explota como marca de distinción[1].
Gestión del
recurso
La forma de
explotación del recurso cultural así como los límites que se establezcan para
su preservación dependerán estrechamente de la valorización que se haga del
bien.
En
el caso de nuestros edificios de valor patrimonial, un valor de existencia alto
orientará la intervención hacia la conservación estricta sin tener en cuenta
las necesidades de confort, uso y seguridad.
Un valor de uso alto admite caer en la destrucción de los elementos
esenciales del edificio, en pos de la búsqueda de adaptación del mismo a las
nuevas funciones. Un alto valor de
creatividad puede enfocar demasiado en la moda del momento y desdibujar los
valores intrínsecos del bien, despojando de sentido al edificio.
Una adecuada
valoración que combine las tres visiones logrará una intervención más exitosa. La sustentabilidad
económica de la explotación del recurso cultural se basa justamente en la
relación equilibrada entre la explotación y conservación del bien.
Mundialmente
las políticas de protección[2]
del patrimonio conceden ventajas tributarias para propiciar el manejo privado
de los recursos culturales, independientemente de la propiedad de los
mismos. Esto permitiría en principio,
una inversión más eficiente, quedando el cuidado del patrimonio bajo una
regulación y supervisión pública mediante las leyes y políticas de protección.
Si
bien esta es una manera de diferir el gasto público, [3]
resulta en el éxito de una gestión[4]
que también puede caer en algunas ineficiencias. La sobreexplotación, la aplicación de
tecnologías atrasadas y personal no calificado, el consumo excluyente que
impide el consumo público, la separación del bien de su entorno que impide la
externalidad del consumo conjunto son algunas de ellas.
Por
otro lado, tanto en la gestión pública como en la privada existen restricciones
presupuestarias; frente a ellas, los programas de financiamiento deberían
privilegiar bienes de distintos períodos y culturas.[5]
La
gestión tiene un instrumento importante en la incorporación de la educación
como generadora de interés en la conservación del patrimonio. Constituye un elemento significativo al
influir en la mayor apreciación del legado físico del pasado, el respeto en el
uso presente y la construcción acumulativa del bien futuro. Las herramientas son la comunicación clara y
precisa, la accesibilidad de la información adecuada y la incorporación de
elementos de apropiación del patrimonio cultural en los programas de manejo,
gestión y mantenimiento.
Conclusión
La
necesidad de conservar el patrimonio edificado implica la necesidad de
fundamentar la inversión en las tareas de rescate, rehabilitación y
restauración; como también en programas de manejo y mantenimiento continuo.
“El
desafío consiste en considerar el patrimonio como un campo de creatividad
económica y social, de tal manera que sea tomado en cuenta como relevante para
nuestro desarrollo económico y no como una inversión marginal.[6]”
El
patrimonio es un concepto en constante cambio, así como sus valores, que son
mensurados según la dimensión desde la que se aborde el juicio.
Amalgamar
las diferentes visiones y expresar claramente los intereses y los objetivos de
las intervenciones sobre los edificios de valor patrimonial, puede resultar en
acciones exitosas de transformación de la apreciación de éstos como bien
cultural a su explotación como recurso.
Las
inversiones y los beneficios consecuentes de estas intervenciones pueden
perpetuarse si el manejo de recurso se realiza en acuerdo con la preservación
de los valores esenciales del bien, gestionando el manejo del recurso dentro de
su esfera de sustentabilidad.
La
propuesta a trabajar es organizar un conjunto de bienes con valor
histórico-artístico para transformarlos en un activo de gran valor económico
para nuestra cultura.
La
tendencia internacional de reconocer que el patrimonio puede constituirse como
un recurso beneficioso para el desarrollo, implica que el camino de promover
las acciones de recuperación, al generar una mayor apreciación del patrimonio, intensificará el interés de realizar las inversiones adecuadas
para su puesta en valor y que esto redundará en extender la dimensión física de
ocupación y uso, aprovechando la
oportunidad económica y las posibilidades de rentabilidad positiva, a la vez
que se atesoran los valores socioculturales, incrementando el prestigio
asociado al bien.
[1] Un ejemplo muy interesante son las acciones de marketing y RSE
desarrolladas por la aseguradora La Caixa, a través de su fundación, en
relación a las actividades de rescate y rehabilitación de edificios históricos.
[2] En la ciudad de Bs. As, se
concede la reducción de impuestos municipales a actores privados que
intervengan en edificios de valor patrimonial.
[3] Al respecto, Donald
Sassoon dice “…El régimen fiscal permite a las empresas y a los ciudadanos
donar fondos a entidades culturales y obtener reducciones fiscales, lo cual no deja de ser una subvención estatal
aunque se canalice a través de manos privadas…” Entrevista Público.es “Una ley de mecenazgo como la de E.E.U.U. no es
posible en Europa”, Madrid, 2012.
[4]
Un ejemplo de gestión privada exitoso lo
constituyen los museos en EEUU (más del 40% en manos privadas), que se apoyan
en la fuerte costumbre anglosajona de voluntariado cuyo número supera a del
personal empleado. Los directorios de
los museos son Trustees, que desempeñan su función ad honorem, por su compromiso
con el patrimonio y su posición de prestigio.
Los ingresos surgen del aporte de los socios, aporte de donaciones
privadas[4] y subsidios públicos
en mínima parte.
[5] Aquí se hace
indispensable el contar con un registro adecuado y una coincidente jerarquización
de los bienes del acervo cultural.
[6] Xavier Greffe en “La economía política del patrimonio cultural en
tiempo del desarrollo sostenible”Wale’Keru- Revista de investigación en cultura
y desarrollo, N°2, pg 18
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